“Un elemento que nos
interesa poner en debate es la afirmación de que las nuevas generaciones son
“nativos digitales”, tanto en su manejo experto de las nuevas tecnologías como
en la confianza que parecen tener en sus posibilidades y alcances. De igual modo,
se afirma que los adultos son “migrantes digitales”, que no entienden ni
manejan los códigos que proponen los nuevos medios. Por eso mismo, se concluye
que hoy una de las brechas digitales más importantes se manifiesta entre las
generaciones. Así, la diferencia “generacional” sería más importante que las
diferencias socioeconómicas, geográficas o culturales. Así, esta brecha digital
se evidenciaría de manera particular en las escuelas, en donde el contacto
intergeneracional es más cotidiano y masivo.” (Dussel, Quevedo, 2010: 11)
Si bien la afirmación que los autores
hacen más arriba, “la
diferencia «generacional» sería más importante que las diferencias socioeconómicas, geográficas o
culturales”, se encuentra modalizada con el uso del verbo en futuro hipotético,
mi contacto diario con los alumnos, de edades diversas (tengo adolescentes y
adultos) me permite cuestionar en este foro, tal potencialidad. El hecho de encontrarnos con
adolescentes con saberes tecnológicos también tiene mucho de mito. El saber
tecnológico no se agota en las computadoras, netbooks y los teléfonos
celulares. Entiendo que la tecnología no consiste sólo en artefactos, sino en
el conocimiento que ellos llevan incorporados y en la forma en que la sociedad
puede usarlos, y en muchos casos sólo aplicados en el marco del divertimento,
como los chats, videos, etc., tal como los mismos autores afirman más adelante.
Pero
lo que resulta indudable en la revisión de las investigaciones sobre el tema es
que los jóvenes tienen prácticas y competencias tecnológicas muy disímiles
según sea su marco de experiencias (fuertemente vinculado a su nivel
socioeconómico y a su capital cultural). Por otro lado, hoy hay posibilidades
tecnológicas expandidas que han tornado posibles algunas acciones ética y políticamente
inquietantes, como por ejemplo la proliferación de una visualidad
sensacionalista que exacerba la exhibición de imágenes impactantes ya no
solamente desde la televisión sino también desde las redes sociales y las
tecnologías amateurs (Dussel, Quevedo, 2010: 12)
Concedo que en realidad los
estudiantes más jóvenes están desarrollando otra manera de pensar y de entender
el mundo, y que los docentes, que no somos nativos digitales, debemos
apropiarnos de las TICs y utilizarlas
como auxiliar en el proceso de enseñanza-aprendizaje, superando un uso muy
tradicional (transmitir información, repetición, copia, órdenes, etc.) hacia un
sentido más dinámico (estimular la búsqueda, la curiosidad, la experimentación,
la cooperación y el trabajo en equipo)
“Por estas razones de oportunidad
histórica, compromiso con la democratización de la cultura y preocupación por
el devenir ético-político de nuestras sociedades, el sistema escolar, basado en
una noción de “cultura pública común”, debería ocuparse de garantizar la
equidad no solo en el acceso a las nuevas tecnologías sino también a una
variedad y riqueza de prácticas de conocimiento. Al mismo tiempo, debería
también abordar la cuestión ética y política de la formación de las audiencias
y de los nuevos espectadores/productores de cultura, para plantear otros ejes
de debate y de interacción que tengan en cuenta múltiples voces y perspectivas.
(Dussel, Quevedo, 2010: 13)
Asumamos, entonces, el desafío de poner la tecnología al servicio de una
estrategia pedagógica apropiada para el mejorar el aprendizaje de aquellos
alumnos que parten de condiciones más desfavorables. Sabemos que la brecha informativa
y la brecha económica están íntimamente asociadas y que sólo podrán ser
reducidas con políticas activas del Estado. La decisión de poner las TIC al
servicio de políticas inclusivas o excluyentes no depende de las tecnologías
sino de decisiones sociales y políticas. La innovación debe ser un instrumento
para la calidad educativa y la transformación social. Debemos tener siempre presente que no estamos,
sólo, frente a un desafío tecnológico,
sino al desafío de construir una sociedad justa.